Por Gabriela Dall Acqua
Agustín Toscano es actor, guionista y director de teatro y cine. Estudió en la Universidad Nacional de Tucumán, en la Licenciatura en Teatro y en la Escuela Universitaria de Cine, Video y Televisión. Su primer largometraje Los dueños (2013), co-dirigido con Ezequiel Radusky, obtuvo la Mención Especial del Jurado durante la “52º Semana de la Crítica del Festival Internacional de Cannes” y otros diversos premios y nominaciones. En esta nota, de la mano del director cinematográfico, analizamos su arte y su narrativa.
Sos director y guionista, ¿en qué rol sentís que reflejás tu creatividad?
En principio yo soy actor. Es como la disciplina en la que me ubico primeramente para empezar a pensar mi función en este juego de roles. Originalmente actor de teatro. Posteriormente director de teatro, después director y escritor de teatro. Así hasta llegar a ser
actor, en principio de alguna película, algún corto, experimento cinematográfico hasta que me fui incorporando también y metiéndome lentamente hasta llegar a dirigir y empecé a escribir. Ese es siempre el recorrido que hago en todos los proyectos. Un poco siendo el intérprete actor imaginario de todos esos personajes que me imagino y los dirijo en mi cabeza.
Mi trabajo es como el de un dramaturgo, de un demiurgo, alguien que está preparando la puesta en escena durante mucho tiempo en un lugar imaginario y por necesidad la empiezo a escribir y llego así a la escritura, para tener un documento que puedo compartir con los actores, los productores, conseguir fondos. Pero en principio no estudié para escribir y no sé escribir. Soy bastante mal escritor en el sentido de que mi frases tienen poca belleza, soy bastante poco organizado para la escritura, ni siquiera uso las mejores palabras, intento ser técnico en la escritura de cine y hago lo que hace falta reproducir, para después filmar la película. Y mis guiones van sobre la estructura dramática, sobre lo que les pasa a mis personajes, que básicamente es lo que a mí me importa y siempre he pensado que es desde el lugar en el que generalmente pensamos los actores: qué es ese sujeto, quién es , a dónde va, de dónde viene, qué le pasa, qué quiere, cuáles son sus objetivos, cuál es su secreto, cuáles son sus contradicciones.
Ese es un elemento con el que trabajamos los actores en general. Y yo llevo eso a mis otras prácticas, que se extienden a la producción, a la dirección, el guión, pero en todos lados soy ese actor que en general no da bien para los roles que escribe entonces elige a otra actor que lo haga y acompaña desde afuera. En general soy co-autor de las actuaciones de mis personajes y trabajo en equipo con los actores, con los intérpretes, y mi rol favorito es de intermediario en todo eso. La escritura es un resultado, ni una búsqueda, ni un fin en mi carrera, es lo que me hace falta para contar, de alguna forma, las historias que me imaginé.
En tu trayectoria artística observé una especie de hilo conductor que atraviesa tus películas: La idea de trascender el límite, al menos territorial. ¿Es así?
Sí, yo también observo un hilo conductor en las películas que hice, que tiene que ver con lo territorial, y que también venía en las obras de teatro que hacía. Lo que pasa en el teatro, en el teatro contemporáneo aún más, es casi un requisito de lo teatral: la instalación en un cierto espacio, la espacialidad. Como que casi siempre en el teatro el espacio escénico es un poco un personaje, y yo llego desde ahí.
Mi forma de habitar la ficción tiene que ver con habitar los espacios. Entonces incorporo las casas, trato de trabajarlas como si fueran un personaje realmente y trato que algo de los espacios sean también interiores del personaje. Me refiero a que reflejen también como un espacio de algo que está pasando dentro de los personajes. Para ponerte un ejemplo, el basural, en donde los dos personajes de El Motoarrebatador descartan las cosas y después tiene que ir a buscarlo, es un poco una imagen real o el desplazamiento. Una escena a caballo de Los dueños, en donde los dos personajes atraviesan un río seco y suben una montaña, conversando sobre cómo hacer con las cosas: ese paisaje está pasando en su cabeza y en la imagen también. Es como un trabajo con la apropiación del espacio. Como contenedor del rodaje, de lo que uno está filmando y a la vez tratar de que eso exprese un afuera. La forma de lo que uno ambienta una casa, uno filma una casa, la va mostrando, la panea.
Tus personajes presentan rasgos psicológicos muy distinguidos: ¿Cómo armás este lado tan íntimo de cada personaje?
Los rasgos psicológicos distinguidos de los personajes tienen que ver con que son personajes que, en general, se contradicen a sí mismos, tienen ambivalencia, pasan de lo que está bien a lo que está mal, con extrañas actitudes morales.
Como la mayoría de las personas, se mueven en un territorio diferente cuando están expuestos y cuando están solos, en la intimidad. Y mis películas tratan de mostrar ese lado. Pero no soy una persona que sepa mucho de rasgos psicológicos ni que haya estudiado psicología ni aspectos de la psicología. Soy una persona que estudia y ha estudiado durante estos últimos 20 años actuación, o sea el estudio del comportamiento de los seres humanos pero interpretado por actores que investigan sobre ficciones, prototipos, caracteres que son
imaginarios, construcciones irreales y para nada busco que sean verosímiles ni tan realistas.
Yo siempre intento que los personajes trasciendan ese punto común de la representación y entren en otro lugar, y ese lugar es construido por la actuación. Por eso pienso en lo efectiva
que es la representación como herramienta para comprenderse, para mostrarse, sin ser una pretensión científica exacta, sino poética como la curación en otro lugar.
Las diferencias socio-económicas de los personajes están logradas con mucho cuidado estético y, sobretodo, realismo. ¿Cómo logras ese valor artístico en cada película?
Una cosa que me interesa mucho contar tiene que ver con estas diferencias socio-económicas. A mí me gusta mostrar cosas que observo sin explicarlas mucho. Creo que lo interesante del cine, del proceso de filmar algo, editarlo y mostrarlo, tiene que ver con la imagen por sí misma para potenciar un cuento, un sistema moral pero no con un enunciador que esté diciendo por detrás qué hay que sentir o pensar de cada una de esas imágenes.
Por ahí para una persona tener una moto es mucho; para otras, demasiado poco. Todo depende desde qué zapato se observe, desde qué lugar observen. Me parece interesante eso. Uno lo que hace es poner en escena algo que cuenta diferentes cuentos pero es el mismo elemento puesto ahí, por ejemplo un casco de moto: para algunas personas es algo tan lejano, tan ajeno, tan extraterrestre; en cambio, para otras es algo tan frecuente, cotidiano, tienen varios cascos. Eso lo marca un principio de clase.
Lo mismo con tener un caballo, tener la montura, tener los peleros, todas las cosas para atarlos, todas las riendas, los rompemontes, como se dice en los pueblos. Todo eso es lo que por ahí lo dota a un personaje, lo que cuenta un montón de la vida social en el pueblo, en la vida donde vive, del Tucumán que yo conozco, del noroeste de la Argentina, de la Latinoamérica. Cuenta un montón porque en ciertas capitales del mundo, en ciertos lugares, por más riqueza que la gente tenga, está alejadísima de esas cuestiones tan simples. Por ahí es como inaccesible y, a la misma vez, por ahí lo tiene cualquiera. Un caballo puede estar en cualquier lado, depende dónde, cómo se lo ubica y cómo se lo pone cuenta.
Son cosas que uno elige, de todas las que hay en el mundo, elige el vehículo en el que se mueve el personaje, el calzado que usa, la camisa que se pone, el tipo de corte de pelo que se va a hacer. Se toman decisiones que son muy fuertes, más que el personaje, porque qué va a decir o hacer es lo que personaje es en sí mismo, donde está parado y con qué cuenta, cuáles son sus herramientas.
El Motoarrebatador te llevó directo a Japón, previa escala por Cannes e Italia. ¿Cómo fue la experiencia?
El Motoarrebatador se vio en muchos países del mundo, Los dueños también había tenido esa experiencia de haber viajado por diferente público. Y de golpe, te encontrás con diferentes cosas, como que ganamos un premio en un festival internacional de Japón y uno se pregunta qué le vieron, qué pasó acá que nuestra película tan localista, tan singular de nuestro Tucumán, incluso outsider dentro de cine argentino, toma fuerza ahí, en un territorio tan diferente.
Además, la ciudad en la se llevó a cabo el festival, cuya presidenta es Noami Kawase, una de las directoras japonesas que más me interesan, es una ciudad tan tranquila, tan serena tan diferente a Tucumán. Todo es paz, armonía entre la naturaleza, los templos y las personas. Todo es muy tradicional y antiguo. Es donde viven los ciervos en las calles. Hay cientos de ciervos viviendo en las calles. Y uno llega con una película con la antípoda, con una ciudad donde está todo está fuera de armonía, todo está sucio, todo está corrompido e interesa y es impresionante porque a mí me interesan las películas japonensas de Noami Kawase que plantean cosas existenciales pero de aquel mundo donde los problemas de este lado del mundo no tienen nada que ver. Y es impresionante eso, el poder del cine.
El premio que vos destacás en Italia, en Bergamo, a nosotros nos sorprendió un montón, porque es un premio del público, es muy raro ganar un premio del público. Más que ese festival le da el premio principal a que lo entregue el público, cosa que es muy especial dentro de los formato de los festivales que siempre más bien lo elige un jurado. Pero nuestra película había ganado unos cuantos premios del jurado pero los premios del público suelen ser para unas películas que van para otro lugar, según mi punto de vista. Y de golpe, el público de Bergamo nos devolvió esa realidad que para ellos, esta película era la mejor película de las que se había pasado en un festival que estaba muy bien programado.
Nos sorprendió y nos encantó, pero a la misma vez nos pone en esa reflexión de cómo pintando la aldea uno pinta algo para el mundo también y fue muy interesante lo que pasó con la película
Sabemos que el arte audiovisual actual es un arte que se bifurca entre el cine comercial (o de mayor difusión mediática) y el cine de autor (que apunta a un cuidado artístico y que circula por otros espacios) ¿Cómo ves la escena del cine argentino en la actualidad?
Uno está entre el cine de autor y el cine más de autor todavía, porque el cine como comercial viene siendo como otro sistema, por ponerte un ejemplo. Si todo fuera como la industria del trasporte, el cine comercial sería el que hace aviones y barcos, cruza los continentes. Nosotros somos de la industria de las bicicletas y los medios de trasportes ecológicos, por decir una metáfora, ni siquiera somos autos ni motos. Estamos entre los monopatines.
Entonces, por supuesto que no competimos. Como todo, el gran cine argentino tiene alguna otra posibilidad de generar alguna película competitiva, como se han visto varias, pero en general no es nuestro nicho. La mayoría de los cineastas argentinos y de la mayoría de las películas argentinas que a mí me interesan son pequeñas películas, grandes películas pero pequeñísimas producciones, gastos básicos que en general están buenísimas cuando están
bien hechas y producidas. El Instituto y otros medios cubren los costos de todos los sueldos y todas las cosas se pagan y se ponen en reglas para que la película se estrene cómodamente sin ningún problema, circule y funcione.
Por otro lado, como son una gran inversión también para la escala de Argentina y lo que es la escala cultural de Latinoamérica en general, Argentina es una gran inversión en cine. Entonces, se toma su tiempo y hay mucho trabajo en los guiones y la preproducción. Mucho ensayo y desarrollo que hace que las películas sean contundentes, cada una en su género, en su línea. A mí me encanta el cine argentino, soy una persona que ve mucho cine argentino y creo que el mayor éxito se da en las primeras y segundas películas sobre todo porque hay una libertad artísica, totalmente buscada en el cine de autor.
Son muy raros los debut que ya traen una insignia comercial, pero después si y también una nota en la que espero no caer rápidamente después de la tercera o cuarta película. Es como una pretensión comercial en la que empieza a haber mucha más concesiones para que participen las estrellas, porque el star-system funciona en cualquier ángulo del planeta y Argentina no es la excepción y entonces todas las películas empiezan a parecerse un poco más, para hacer en la que tal actor en la que tracciona a tal público se luzca o haga su personaje.
Yo creo que lo mejor le hace al cine argentino es cuando no intenta competir en esas líneas. Creo que la metáfora que usa mi productor, Hernán Musaluppi, que es a su vez mi productor preferido, es muy buena. Lo compara con el boxeo, en donde un peso pluma no pelea con un peso pesado. Las películas del cine argentino se tienen que probar con todas las películas hechas en los límites de las industrias, incluso en la industria norteamericanas, en los bordes se hacen películas de bajísimos presupuestos, como se hacen acá, en Chile, en Rumania en algunos lugares del continente oriental, en Tailandia, en distintos lugares del planeta, Bélgica, Austria. En todos esos lugares hacen un cine más outsider que para nada pueden competir con el comercial. Y en todos esos países, como Argentina tienen la tentación de hacer una película comercial, competitiva pero es lo de menos, comparado con la especificidad con lo que es como el cine de autor que es el cine que yo más veo y más quiero y en el que me gustaría mantenerme.
Supongo que las necesidades económicas llevan a los directores y productores a terminar abrazados al cine más comercial en el sentido que repite fórmulas y actores y duplas que garantizan públicos. El público también tiene exigencia de normalidad que hacen que se produzca este fenómeno que yo te menciono. Yo amo lo que está pasando en el cine argentino de los últimos 20 años y me encantan cientos de películas y son tan distintas, te podría hablar horas de las películas que me encantan. Lo veo como una gran potencia y ninguna de esas películas que me gustan comercialmente funcionó muy bien, por suerte.
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