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No te vayas con amor o sin él: Entre la ternura y el poder

Dos mujeres, jefa y empleada, construyen una relación de interdependencia laboral y emocional que entra en tensión ante la disputa de poder.


No te vayas con el amor o sin él es dirigida por Romina Ricci con un texto original de Norman Briski. La puesta en la sala Cortázar de Paseo La Plaza permite un abordaje íntimo de esta historia que se desarrolla entre las cuatro paredes de la vivienda de una de las protagonistas. En tan solo cincuenta minutos, la obra despliega diversos temas como la soledad, el deseo, el miedo, la maternidad y el rol femenino en el hogar. La jefa, interpretada por Leonora Balcarce, está en silla de ruedas y necesita de tareas de cuidado; será su empleada fiel quien realice estas tareas que se verán afectadas por los tratos ingratos de la mujer postrada. La actriz que encarna este papel, a su vez hace el papel de hermana que llega para reemplazarla laboralmente, están compuestos por Lucila Magnone. La variabilidad de registros entre estos dos personajes es tan amplia que es destacable el desempeño que realiza la actriz para ir y venir entre ambos papeles.


La relación entre estos dos personajes principales de clases sociales opuestas atraviesa momentos humorísticos que devienen en reflexiones sobre un mundo desigual en el que las mujeres toman decisiones de acuerdo al lugar en el que la sociedad machista las ubica. La exaltación de las emociones, de las palabras y del movimiento, desencadenan un gran despliegue actoral en el que se disputa la pertenencia de una sobre otra. La jefa es quien da órdenes pero también obedece y responde a su empleada, de esta forma se desarrollará el conflicto de toda la historia: ¿quién realmente necesita a quién? Ese mundo está construido en función de la otra, la relación se invierte y los miedos salen a la luz. La conexión fluida entre las actrices puede verse en sus personajes, los diálogos brotan por toda la puesta y dejan en descubierto la complejidad humana y los vínculos afectivos atravesados por la ternura, un elemento valioso en tiempos de aislamiento. Este extraño vínculo se nutre a través de los cuerpos, los cuales se rozan constantemente por las tareas de cuidado, por placer, por movimientos automáticos que acompañan rituales diarios que forman parte de esa dominación entre ellas.

Es importante destacar que, en la puesta, la espacialidad y movimiento de las actrices tienen un sentido y un efecto. Durante el conflicto entre patrona y empleada los elementos de la escenografía cumplen un rol en ese juego de poder, todo está dispuesto para que acompañen los discursos. Como por ejemplo, la manta jugará un papel clave en el intercambio de roles, quien sea cubierta por ella, será quien tenga el poder. Cada elemento intensifica las voces de las protagonistas y, una vez librada la batalla entre cuerpos y voces sociales, se transforma herramienta para dominar el espacio. Por momentos, la jefa, con un cuerpo tieso, mostrará una docilidad momentánea que se contrapone con la manipulación económica a su empleada y la dependencia una de la otra muestra una circularidad del sistema en la que siempre habrá un amo y un esclavo, por lo que las devuelve a esa asimetría de poder pero invertida. El encierro y las intervenciones de una voz masculina, un hijo enfermo que está fuera de la sociedad (interpretado en voz por Norman Briski) ponen en juego las diferentes formas de exclusión presentes en la obra.


Los diálogos rápidos y constantes son interrumpidos abruptamente por silencios largos que llevarán al espectador al final del camino casi sin darse cuenta y este debe estar atento a cada alteración del cuerpo y semblante de la voz que produce la escena. La obra pone la mirada sobre la corporalidad femenina, su mercantilización y los espacios en los que la libertad puede llegar a ser alcanzada sólo si la barrera del miedo es atravesada. La opresión social del mundo del que son parte estos personajes las lleva a enfrentarse y a cuestionar quién es realmente libre y qué se puede hacer con esa libertad dentro de una sociedad en la que el deseo y el goce son penados por la ley. Con el correr de los minutos el espectador podrá descubrir quién porta realmente el deseo de cambio y cómo esa relación fluctuante tendrá consecuencias en las dos protagonistas. Finalmente, serán los cuerpos desobedientes, movidos por el deseo, los que puedan descubrir el mundo y construir su propia historia fuera de esas cuatro paredes.



Ficha técnica-artística:

  • Dirección: Romina Richi

  • Reparto: Leonora Balcarce y Lucila Mangone

  • Voz en off: Norman Briski

  • Autor: Norman Briski

  • Asistentes de dirección: Juan Felice Astorga/Juan Manuel Cabrera

  • Estructura artística en escena: La polilla

  • Diseño de sonido: Fernando Soldevilla

  • Diseño de luces y escenografía: Romina Richi

  • Operación de luces y sonido: Gabriel Cruz

  • Vestuario: Julieta Lopez Acosta

  • Make up: Matías Nazareno

  • Fotografía: Sebastian Arpesella

  • Diseño gráfico: Silvina Machiavelli

  • Redes: Valentina Gutierrez Richi

  • Producción general: Richi&Celoria

  • Producción ejecutiva: Micaela Minervino

  • Asistente de producción: Diego Siri

  • Prensa: Raquel Flotta


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