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Caníbal: hambre de vivir

Actualizado: 2 ene 2020


Hunger hurts, and I want him so bad, oh it kills

Cause I know I'm a mess he don't wanna clean up

I got to fold because these hands are too shaky to hold

Hunger hurts, but starving works, when it costs too much to love

Fiona Apple – Paper Bag



Si hay algo acerca del lenguaje musical que es casi imposible de replicar, es su capacidad de sublimar las emociones a través de la música y el movimiento del cuerpo, algo que sólo está presentes en él. En ese sentido, Caníbal aprovecha estas posibilidades para contar en varias viñetas, una historia: la del ser humano y su aparentemente irreprimible necesidad de devorar, devorarse y ser devorado.


En clave de music hall, la obra del cordobés Sebastián Suñé, dirigida por Corina Fiorillo, coloca en un escenario despojado de utilería –la sala del Picadero, para ser exacto-, a tres actores y tres músicos quienes, a lo largo de un poco más de una hora, irán tejiendo una trama en la que la separación entre lo real y la ficción quedará algo desdibujada, casi como un reflejo de la línea imaginaria que caminarán al hablar, en términos más o menos simbólicos, del canibalismo.


El canibalismo según la obra es principalmente metafórico, usado como pretexto para hablar de las formas en las que el ser humano, desde su materialidad, consume y es consumido; ya sea para nutrirse de vida, en la infancia o la vejez, o para ejercer control sobre nuestra realidad o la de la gente que nos rodea. Antes de volverse un tratado sobre filosofía moral, sin embargo, la obra hace uso de la música original de Carlos Britez, interpretada por Mario Del Risco, Clement Silly y el mismo Britez, y las voces de los tres protagonistas, para infundir, a través del uso de subgéneros que van del cabaret a la ranchera mexicana, a temas que de por sí solos podrían volverse difíciles de manejar un viernes a la medianoche.



Se trata entonces de un balance cuyo éxito nace y muere en las elecciones que realizan los actores en escena: la tarea de hablar de violencia de género, religión, relaciones de poder –o cultura, en definitiva-, es manejada por Dolores Ocampo, Belén Pasqualini y Sebastián Holz con dosis iguales de seriedad y guiños al público que evitan caer en la solemnidad. Es destacable el trabajo de Ocampo, quien desde el principio se maneja sobre el escenario (y por momentos fuera de él) con una soltura y seguridad tal, que el espectador se pondrá de su lado casi inmediatamente, aun cuando en su personaje los límites entre realidad y ficción están más desdibujados que en los demás.


Se pueden concluir dos cosas acerca de Caníbal, por un lado, como ensayo sobre las costumbres figurativamente antropofágicas que nos caracterizan, y por otro como representante de su género. Esto resulta necesario ya que, sobre lo primero, el texto tiende a sobreexplicarse a sí mismo, sobre todo cerca del final, como queriendo asegurar que el espectador no se vaya sin comprender la tesis de la obra. Por otro lado, esto no llega a ser realmente inconveniente, ya que todos los momentos en que este music hall hace uso del talento de sus actores y músicos, son momentos en los que el público estará prestando demasiada atención como para notarlo. Devorándolos, si se quiere.




Lunes, 20.30 hs en Teatro El Picadero (Enrique Santos Discépolo 1845)

Desde el 6 de enero, 2020. 4 funciones.



Por Santiago López

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