Con funciones los sábados de julio, la obra musical de Nicolás Manasseri y Fernanda Provenzano establece una propuesta romántica.
El musical, aquel género que siempre puede ser acusado de vivir en la fantasía y en el paraíso insano, vuelve aquí para establecerse en el luto. Lejos de tratarse de una inclinación crítica o de cierta resistencia a lo idílico del género, la obra se permite un abrazo a todos los rasgos que lo constituyen, de la misma manera que se propone un ejercicio de querer-hacer-duelo. Es decir, lo que es lo mismo, un continuo estado de liberación y encadenamiento, de añorar y negar. Como un espejo que capta y contradice en todas partes (escribiría Barthes), los personajes construyen un discurso al mismo tiempo que lo accidentan. Sus ganas de liberarse del objeto se contraponen con las ganas por mantenerlo en sus vidas.
La obra configura un espacio de alternancia entre la confesión y lo superficial; así como en Barthes, el querer comprender al otro es la niñez de desarmar un reloj y, con ello, comprender al tiempo: los objetos de la obra son analizados, zarandeados, para comprender un ‘Yo’ interior. Un acto que, en ambos lados, solo puede ser observado con amor. Así, los personajes color pastel, habiendo alcanzado el límite de su lenguaje, se conmueven al especificar aquello que los atormenta. Puesto que, cuanto más parecen acercarse a una definición, menos pueden precisarla, menos pueden superar la superficie robusta del objeto. Ahondados en los aspectos de la psicología más difundidos, los personajes se presentan como aristas altamente reconocibles para el público, en tanto que -bajo una lógica de ‘sentirse identificado’- alcanzan destellos de comicidad y humor agradables; el ritmo de la obra no reside en los momentos musicales, ni tampoco en los acentos de los personajes, sino, en la reiteración, en las muchas maneras de declamar un mismo problema y una misma conclusión.
En las butacas, en el espectador, aparece, una y otra vez, el deseo por aprehender las entrañas de la obra. Un eco parece potenciarse entre las líneas del texto y el diálogo, sin embargo, una resonancia estéril parece ser lo único que sobrevive. Hay una veta en los objetos, una declamación en el cuerpo actoral, un diálogo, un pequeño gesto, un pequeño algo, sobre los cuales la obra pone el dedo y logra instantes extraños, balanceados, atmósferas óptimas, para, acto seguido, desestimarlos. Manteniéndolos a mano, sin embargo, como un arsenal volátil.
En tiempos en que salir de la zona de confort, el hundir la pluma en las tinieblas, parece convertirse en una suerte de normativa implícita, el mayor logro de esta obra radica en el encuentro con lo confortable. Así como el paradigma busca dejar en claro que lo contemporáneo será siempre transgresor, la zona de confort solo podrá acceder a éste mediante una veta de nostalgia. Puesto que ser nostálgico pertenece ya a la condición de estar expulsado. Y esta obra se divierte cantándole a los muros del paradigma.
Ficha técnico-artística:
Idea original: Nicolás Manasseri, María Fernanda Provenzano
Libro: Nicolás Manasseri, María Fernanda Provenzano
Reparto: Matías Acosta, Estefania Alati, Martina Alonso, Nico Cucaro, Rafael Escalante, Eugenia Fernández, Alejandra Oteiza, María Fernanda Provenzano, Ignacio Zabala, Matías Zajic
Músicos: Facundo Cicciu, Nahuel Tamargo
Diseño de vestuario: La costurera Teatro
Diseño de escenografía: Phepandu
Música original: Nicolás Manasseri, María Fernanda Provenzano
Cover: Matías Ignacio Acosta, Estefania Alati, Alejandra Oteiza
Diseño gráfico: Mariano Morelli
Asistencia De Producción: Aldana Alessandroni
Asistencia de dirección: Aldana Alessandroni
Arreglos musicales: Nahuel Tamargo
Producción General: Phepandu
Coreografía: María Fernanda Provenzano
Puesta en escena: Nicolás Manasseri
Dirección musical: Nahuel Tamargo
Dirección de actores: Nicolás Manasseri
Dirección general: Nicolás Manasseri
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