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Matías Amestoy

ÓXIDO: ¿Y si el alivio es (solo) una anestesia?

El óxido del pasado se construye en esta tragicomedia que explora el vacío de las ilusiones, a través de la conversión de lo espantoso y mediante la sublimación de la angustia. Simplemente, la búsqueda ante la inquietud del “siento algo y no sé qué es”, una frase que encierra el todo de la cotidianeidad emocional y las reflexiones intelectuales.


Las luces se apagan. Nos introducimos en el universo nitroso de Óxido. Un universo que solo tiene un escenario y un consultorio habitado por tres personajes: Gastón, un médico odontólogo con rasgos que bien pueden recordar a aquellos personajes histriónicos de Woody Allen; Mauro, el compañero con el que atienden el consultorio e Inés, amiga de la infancia de Gastón.


La propuesta estética del decorado responde al verosímil de la ficción, todos sus elementos son reminiscencias de las ocupaciones de Gastón y Mauro. Esto refuerza el elemento inesperado que envuelve al personaje de Inés, interpretada con soltura por Natalia Santiago. Por otra parte, en las aperturas de las actuaciones de Guillermo Bertoldt y Gerardo Serre se ven sombras y secretos del vacío de sus deseos rotos. Solo para después presenciar entre las penumbras como germina una traición que resonará entre los oídos de los espectadores.


Y es que en estas antípodas orbitará la obra, entre el triángulo amoroso compuesto por ellos, que solo servirá de excusa para vehicular los conceptos centrales atravesados por el libreto: las fantasías y la culpa como acción catalítica. El diente mal puesto por Mauro solo responde ante su condición de Mcguffin (el pretexto que motiva a los personajes, pero es irrelevante en sí mismo “un gimmick”, lo llamaba Hitchcock) para dar contexto al subtexto que estará presente en el desarrollo de la función. La iluminación es un elemento clave en este apartado, ya que, mediante ella, se refuerza el sentido dramático de las acciones, de forma tal que sea sencillo discernir los códigos que proponen. Si un personaje está iluminado, otro está entre las sombras. Y es que si alguno de ellos ejerce un diálogo que imponga un cambio en su esquema, también está marcado por iluminación cenital. Sin embargo, las luces que terminan esclareciendo el contexto metaficcional de la obra también se apoyan en la subjetividad del espectador, que puede dejarse llevar por el goce de esta tragicomedia que lleva a sus anchas el recurso de convertir lo espantoso en algo bello y ficcional, proponiendo un entramado de juegos inconscientes.


Ante el vacío de una modernidad que subyace en los trasfondos (y trastornos) dramáticos de los eventos que acontecen, se deslizan chistes que ponen de manifiesto reflexiones sobre las circunstancias que los rodean. Entonces la obra, al estar anclada al enajenamiento moderno, posee una significación de los elementos del decorado. Este carácter es para comprender los mecanismos de interpelación ficcional; la camilla es uno de estos puntos clave. Allí se yuxtaponen diversas capas de discurso. La anestesia como literalidad, la anestesia como la culminación de los deseos, la anestesia como la evasión de la droga; en fin, la anestesia ante las capas metonímicas de sentido impresas en estos personajes que buscan cicatrizar las heridas de sus pasados. Pasados que ostentan un velo de tragedias y angustias que dialogan con el espanto (refugiado) del reinado de las ilusiones. Germinan desamores en el desarrollo de la obra, giros inesperados de trama, inversión de roles (merece especial atención en el tramo final de la misma el vestuario de Gastón). La condensación de todas estas sublimaciones se determina finalmente en la liberación catártica de las angustias. En términos de dirección, la soledad se plasma en consultorios ultrajados por máscaras diáfanas. Los cambios de registro actoral de los protagonistas, imbricados en risas y momentos intimistas con reflexiones intelectuales refuerzan esta concepción.


Y al final del recorrido, mediante el contraste orquestado por la dirección, la luz en la penumbra resulta mucho más acogedora para nosotros y para el libreto de esta obra. Porque, al igual que el cartel al que contemplan al cerrar la función, aunque haya óxido, el tiempo es de quien lo observa, y advertido en cercanías, puede evitarse simplemente, con alivios de anestesia pasajera. Incluso en lo efímero, hay posibilidad de cicatrizar. Aunque cuando riamos, nuestra respiración se transforme en gas. Sino, ni siquiera a Chaplin podría quedarle París.



FICHA TÉCNICO ARTÍSTICA

TEATRO EL GRITO, COSTA RICA 5459. CAPITAL FEDERAL.

FUNCIONES: VIERNES 22:30 HRS. HASTA EL 26/08/2022.


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