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Mujeres ficcionales silenciadas a través del tiempo

Gabriela Cabezón Cámara y escrituras que rompen las esencias canónicas y las estéticas literarias.


Desde hace tiempo, muchos escritores y escritoras decidieron comenzar por dar una vuelta de tuerca a aquello que parecía establecido en la literatura canónica. Gabriela Cabezón Cámara, junto a sus obras literarias, pertenece a este grupo que destroza cadenas que limitan y categorizan, renovando diversos textos tradicionales que en la actualidad siguen presentes. Escritora feminista y periodista cultural, autora de La Virgen Cabeza (2008), Le vista la cara a Dios (2011), entre otros éxitos controversiales, presenta su obra Las aventuras de la China Iron (2017), y nos revela la historia de la esposa de Martín Fierro, ese gaucho mal arriado que acompaña a la Argentina desde 1879, creación de José Hernández.



En la obra original, esta china no aparece más que en la voz del personaje, al igual que las pocas mujeres que podemos encontrar a lo largo de esta poesía gauchesca. Esta mujer, que la autora refleja en una niña de 14 años, Josefina, con dos hijos por parte de Fierro, va relatando las aventuras que tuvo con Liz, una inglesa que le enseña el mundo, con la que experimenta sobre sexo, costumbres, palabras y sonidos nuevos.


La novela contiene tres partes: el desierto, el fortín y la tierra adentro. Durante este trayecto, el personaje va sufriendo transformaciones, que podrán verse reflejadas en su nombre: De la China Josefina Fierro a Josephine Star Iron para terminar en Tararina.


Dentro de una carreta, junto a Liz y a su perro Estreya, comienza la liberación de su vida anterior. Ella era huérfana, criada por una familia adoptiva, donde la violencia constante estaba presente y se marcaba fuertemente la diferencia, ya que era una china rubia (posible hija de una prostituta inglesa que paró en América) en manos de una familia de “negros”. Su padre adoptivo la perdió apostando en un juego de cartas y terminó junto a Fierro, casada, violada y maltratada por él. Como en la obra original de Hernández, se menciona el asesinato al Negro Raúl, que en esta versión podemos saber que era el amado de Josefina, y nos reelabora la desaparición del gaucho. Por esta mala vida, la china se marchó, pero no en busca de su esposo sino por ella: quería decidir su propio destino.


La novela mezcla el español y el inglés, entrelazando, además, la noción del verso poético con la prosa. Es así como la autora comienza, desde un principio, una invitación a lo que será la ruptura de lo establecido y conocido, dialogando con otras obras que fueron reescrituras de el Martín Fierro como La historia del guerrero y la cautiva (1949) de Borges o El amor (2011) de Martín Kohan, construyendo en una línea de tiempo la transformación de nuevos ideales en la sociedad actual.


Cabezón Cámara coloca a esta mujer desbaratando el lugar de madre. La china decide abandonar a sus hijos, que fueron producto de la violación de Fierro hacia ella, y desmiente asi el instinto materno. Para luego tener una historia amorosa e intelectual, con Liz. Descubre nuevas formas de amor y lujuria, donde el amor lésbico abraza varias escenas eróticas descritas suavemente.



El amor homosexual y el amor libre están presentes fuertemente en muchas de sus obras y en esta se atreve a colocar la figura de macho tradicional de Fierro en un lugar de personaje travestido que acepta su amor por su amigo Cruz y su amor por el negro Raúl, asesinado por su propio facón que escondía su homosexualidad:


"No te voy a explicar yo

La delicia de tenerlo

Entero adentro de mi;

Su poronga un paraíso

Que me lo hizo ver a Dios

Y agradecerle el favor.”


Apareciendo, también, una propia frase del Martín Fierro original:


“¡Es zonzo el cristiano macho!"


Mostrar la homosexualidad de Fierro es un recurso que Kohan utilizó y Cámara lo recoge para extender esta clase de amor durante toda la historia. Se puede observar también, en la última parte, donde Josefina, mejor dicho Tatarina, decide quedarse en esa comunidad de “indios”, donde la escritora construye su comunidad como una utopía exagerada: el amor libre, la vida en comunidad, el intercambio de familias. A diferencia de Hernández, que realiza primero un imaginario utópico modesto para que, luego, la experiencia de Fierro con los indios sea un infierno.


La autora crea una historia lineal directa a la felicidad. Juega constantemente con la creencia de la ruptura binaria; desde el nombre de su perro Estreya, su amigo Rosa, vistiendo a la misma Josefina con ropa de hombre y hacerla pasar por el hermano de Liz y las descripciones de los aborígenes, eliminando las divisiones de lo masculino y femenino. Pero no se queda solo en originar la grieta, sino que la construye y desarrolla diariamente.


De esta manera, Gabriela Cabezón Cámara le da entidad a esta china para mostrarnos la versión de una mujer que desmiente los dichos de un hombre que oculta el poder ejercido violentamente.




Por Virginia Tello

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