Sobre la muestra Hackeos análogos para la experimentación de autonomía, de la artista colombiana Adriana Martínez, curada por Daniela Arango en el espacio de arte Lanzallamas.
“Soy un ojo. Un ojo mecánico. Yo, la máquina, te muestro un mundo como sólo yo puedo verlo. Me libero desde hoy y para siempre, de la inmovilidad humana. Estoy en constante movimiento. Me acerco y me alejo de los objetos. Me arrastro por debajo de ellos, me muevo junto a la boca de un caballo que corre.[...] Liberada de las ataduras del tiempo y el espacio, coordino cualquiera y todos los puntos del universo donde sea que yo quiera que estén. Mi modo lleva a la creación de una percepción totalmente nueva del mundo. Por lo tanto explico, de una manera nueva, un universo desconocido para ti.” (Dziga Vertov, 1923)
Luego de citar el manifiesto del cineasta soviético Dziga Vertov, John Berger afirma en el episodio primero de Ways of Seeing que la invención de la cámara no sólo cambió lo que vemos, sino cómo vemos. Allí Berger reflexiona en clave Benjaminiana acerca de la reproductibilidad técnica de la pintura y, por lo tanto, sus nuevas maneras de circular siendo imagen. Con un cuchillo en la mano lo vemos recortar una pintura despiadado pero prolijo, exactamente bordea con el arma blanca una cabeza que pertenece a la escena general de Venus y Marte, de Sandro Boticelli. La obra (víctima de Berger) se encuentra colgada a pared junto a otros cuadros con marcos bellas artes a su alrededor, como si se tratara de un emplazamiento solemne, podría ser una sala de museo, o similar. En este acto profano sustrae un rostro que ahora adquiere la autonomía de ser una imagen propiamente dicha. Este nuevo retrato por fuera de la pintura adquiere un otro sentido y puede moverse también, por sí mismo.
No sería posible recortar cuadros originales para producir nuevas imágenes de ellos mismos (como lo hizo Berger), pero sí se pueden fotografiar, filmar, entre otras operaciones que habilitan estos dispositivos tecnológicos. A través de la cámara y sus usos podemos conocer pinturas que se encuentran en museos de otras partes del mundo o en colecciones privadas quizás, entre otros factores sociales, políticos o geográficos que impidan tener acceso a esa experiencia aurática frente a la obra. “El ojo humano sólo puede estar en un lado. Con la invención de la cámara, de repente, ahora pueden verse cosas que antes no”, dice. Exacto. Todo esto se trata, en un punto, de que ahora podemos ver lo que antes no. Y eso, es lo primero que puede pensarse acerca de la muestra Hackeos análogos para la experimentación de autonomía, de Adriana Martínez, en Lanzallamas.
Ubicado en el barrio de San Telmo, este espacio de arte contemporáneo es llamado por susdirectores, la curadora Jen Zapata y el artista Andrés Matías Pinillla, como la “Base operativa” del proyecto Lanzallamas. En palabras de ellos mismos, se concibe como centro de operaciones y laboratorio de experimentación, donde además de llevarse a cabo las muestras del cronograma anual se realiza una programación cultural paralela. En este caso, la exposición bajo la curaduría de Daniela Arango, es el primer solo show de una artista colombiana que el equipo de Lanzallamas presenta en su espacio en Buenos Aires.
Tan sólo la proyección de dos videos y una instalación son el total de obras que configuran la muestra. Desde la calle, unos cuantos metros antes de acercarse a la puerta, puede verse la primera: Offline, 2019. Una placa de más de metro sesenta (cual pantalla de autocine o cualquier otro tipo de proyección al aire libre) que apunta hacia los transeúntes del barrio y soporta en ella, una y otra vez en loop el transcurrir de la obra. Distintos fragmentos, de distintos partidos de fútbol se suceden en cadena y vuelven a comenzar. En cada uno vemos jugadores acercándose entre sí para comunicarse de una manera muy particular. Es decir, no vemos la pelota, no vemos jugadas, ni escuchamos “goles”. Los vemos taparse la boca al hablar. Al igual que John Berger sobre la pintura Venus y Marte, Adriana Martinez recorta un fragmento de una escena total para crear una nueva imagen. Y así, poder ver - o atender- aquello que antes no podíamos. Es a partir de esta operatoria que la artista explora mecanismos de control social presentes en el fútbol. Pues estas imágenes no muestran el dominio sobre la pelota, sino sobre los propios jugadores del partido. Frente a la existencia de ojos mecánicos (cámaras) que persiguen los movimientos de los jugadores, los mismos deben cubrirse para mantener en secreto todo lo que dicen. De eso se trata el hackeo análogo, la resistencia corporal que desarrollan para poder escapar de una forma escurridiza a la mirada de aquellos ojos que todo lo ven.
Pero el sentido no se agota allí. Un hombre vestido de oficina, con una mochila en la espalda y auriculares puestos camina por la misma calle de la galería compenetrado hacia delante, con su mirada en el suelo. Lo hace de manera casi automática, como si fuera algo que realiza todos los días, posiblemente sea su vuelta al hogar luego del trabajo. De repente, al pasar exactamente por la vidriera de la galería, frena bruscamente y camina dos pasos hacia atrás, se detiene y levanta su mirada del piso para ver la proyección Offline. La pantalla capta su atención antes tan dispersa, despertándolo de su automatismo zombie. Dicha acción forma parte del contrato del propio dispositivo (proyectar-mirar) y la obra construye sentido también a partir de ello, no sólo desde su contenido. En otras palabras, la obra no sólo pone en evidencia el control dentro del partido y sus cuerpos, sino también en el acto de atender pasivamente a la pantalla como espectador. Y es a través de su disposición en sala, es decir a través del gesto curatorial de cómo exhibirlo, que el sentido de la obra se potencia. Aún más, ¿Puede el fútbol en sí mismo ser un mecanismo de control social? Sí, absolutamente lo es. De hecho, para el dramaturgo italiano Alessandro Baricco, el fútbol ya no es lo que era antes. Asegura que a partir de la complicidad de una determinada innovación tecnológica, sumado a un grupo humano esencialmente alineado con el modelo cultural del imperio, se le ha sustraído su verdadero espíritu, su rasgo más noble: “el alma”.
Adriana Martínez pone así ante nuestros ojos un sistema de dominio de cuerpos y otro de resistencia. Pero este saboteo que se nos presenta no es sólo corporal y estratégico, sino que encuentra su potencialidad también en lo afectivo. Post, 2019 es otra de las obras que forma parte de la muestra. La instalación se compone de camisetas que se exhiben en dos percheros. Cada una de ellas es una réplica perfecta de casacas que han utilizado jugadores para transmitir un mensaje al momento de mayor atención frente al ojo mecánico, el momento del gol. Acción absolutamente vedada e incluso con su respectiva multa. Como si se tratara de un local de ropa, en este dispositivo comercial adoptado por la artista vemos diversos mensajes que corresponden a distintos partidos. Cada camiseta posee en la etiqueta la descripción de la situación (estado del partido, jugador o jugadora que emite el mensaje, etc.), vale decir, no son mensajes anónimos para el espectador que observe la obra. Algunos son sumamente políticos y relacionados a problemáticas sociales del universo latinoamericano, “Hasta la victoria siempre, Fidel”; “Cárcel a Videla y a todos los milicos asesinos” y otros más. Entre ellos, llamativamente, se encuentran también “Feliz cumple mami” y “Feliz cumple, gordita (sumado al dibujo artesanal de un corazón)”. El primer pensamiento que podría aparecer es: ¡que mensajes tan absurdos! Incluso pensarse un juego entre lo político frente a lo banal, o viceversa. Pensarlos desde el contraste.
Pero en un mundo donde se le ha quitado el alma al fútbol y el sistema modela nuestros modos de ver y jugar, en otras palabras, las maneras de performar estos lugares. Los vestigios de lo afectivo en él se vuelven verdaderamente una potencia de hackeo. Siendo un acto completamente vedado y castigado, el universo de lo banal queda ahora muy lejos. El acto de desearle feliz cumpleaños a un ser querido (que a su vez también da cuenta sobre la cultura latinoamericana), poner nuestros vínculos humanos por delante e interferir el control mecánico con lo que “a nadie le importa”, es también, sumamente político. Y ese es nuestro lugar, sin importar el rol que estemos ocupando, tanto en el fútbol como por fuera de él. Encontrar los puntos débiles y desarrollar nuevas maneras de movernos frente a los ojos que nos vigilan y también castigan. Sabotear los diversos controles que se ejercen día a día sobre nuestros cuerpos, para así acceder y experimentar ciertas formas de autonomía.
“¿Perdidos? No os preocupéis. El fútbol sólo sirve para olfatear las cosas, para tener una primera y confusa intuición de ellas.” (Baricco, 2008.pág 26)
Por Daniela Arroyo
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