“(…) Ahí está el cuerpo milenario, ontológico, esperando la oportunidad de revelarse en
esa divina proporción tónica entre tensión y distensión, que lo vuelve aire, agua, tierra,
fuego. Ahí está el secreto… En esa danza destructora que es eclosión del lenguaje.
Silencio de volcanes. Abrazo espiral”.
Hernesto Mussano
Hay, en el escenario, dos bailarinas, dos sillas, dos lugares divididos imaginariamente que aguardan al público para revelar la esencia de lo que, mediante movimientos que parecieran amanecer desde un horizonte de luces y sombras, destacable el trabajo de iluminación, parece ser un “convite estelar” guiado por brazos, manos, pies y, sobre todo, piernas que se despliegan a medida que despiertan.
Una de las intérpretes, Julieta Zabalza, comienza a danzar, con una sutileza que invita al ojo afinado a ver con precisión, a descubrir en sus cadenciosos pasos y desplazamientos, su fémina poiesis. Ella baila, moviendo el pelo y su pollera, y mientras lo hace parece estar habitando y siendo habitada por dos mundos. Se erige y cae, salta y reposa, busca y encuentra y, cuando lo hace, “celebra”. Todo el tiempo esta dualidad está presente y es justamente en y por ella que la obra estalla en potentes y prismáticos significantes. No así múltiples, porque el planteo coreográfico es simple, como la historia que se cuenta, sin que esto implique que sea menos complejo el resultado ya que, de por sí, la obra parece transcurrir en un espacio-tiempo fuera del mismo tiempo. Los méritos son para Marcos Chaves, director y coreógrafo de esta vital y singular pieza.
La danza de la vida (misma) pide diálogo, y Escorpia también. Es entonces donde la otra intérprete, una genial Teresa Sevilla hace su aparición en escena, bailando mientras Julieta descansa. Y así una y así la otra. Esta suerte de dialéctica en movimiento ocurre y mientras ocurre ya no hay monólogo posible, así sea que una sola esté danzando. Una le baila a la otra, así no sea exactamente de esa forma, una baila con la otra de la misma manera. No existe Julieta sin Teresa. Como no existe el tiempo sin tiempo.
Hay en Escorpia dos danzas (una), dos tiempos (uno), en una suerte de pausa dada en un escenario despojado, que afirma la presencia de dos cuerpos (uno), que parecen jugar a “La noche del alma. En las aguas del ser…”, gran acierto la edición musical a cargo de Martín Pereira. Un juego que en realidad no es tal porque, claro, quién jugaría a ser cuerpo-danzante-poético- sin serlo, per se.
Sábados, 19hs en Teatro El Popular (Chile 2080, CABA)
Hasta el 30 de noviembre, 2019
Por Marina Amestoy
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