La obra El Hipervínculo (Prueba 7), de Matías Feldman, se propone indagar en los nuevos modos de percepción propiciados por las nuevas tecnologías.
Hablar de teatro desde el lugar de espectador es una tarea compleja. Nuestra percepción, y las acciones ligadas a ella, se ven afectadas por el entorno de una manera completamente diferente a lo que sucede con otros lenguajes artísticos: podemos volver una y otra vez a la obra de arte en el museo, escuchar una versión de estudio de la banda que nos gusta (la experiencia no es la misma, pero tampoco se agota al finalizar el concierto), y alquilar, comprar o incluso piratear esa película que vimos en el cine y descubrir todos los detalles que nos perdimos la primera vez que los vimos. Pero el teatro existe solo en el momento, y aunque en el mejor de los casos una obra pueda ser vista más de una vez, la experiencia nunca será exactamente la misma.
Todo esto para decir que mi experiencia con El Hipervínculo (Prueba 7), la última obra dirigida por Matías Feldman junto con su compañía dentro de lo que han dado a llamar aptamente Proyecto Pruebas, es, sino incompleta, definitivamente víctima del carácter único e irrepetible de lo que implica ser espectador de una obra de teatro, y luego de pensarlo bastante, estoy convencido de que ese es el objetivo. Es importante incluir la palabra "prueba” al hablar de El Hipervínculo porque, aunque uno no lo sepa de antemano, se vuelve claro a lo largo de las casi tres horas que dura la obra que las nociones de prueba- experimento-ensayo están en la base de lo que intenta contarse. Acercarse a la obra intentando analizarla o entenderla, o inclusive tratar de describirla en términos de lo que provoca, se convierte en un campo minado; cuando el objeto artístico opera tan fuertemente dentro de lo experimental, lo que cada espectador tenga para decir no puede sino estar plagado de subjetividades y referencias que no son fácilmente adaptables a la experiencia misma: no puedo hablar de la obra sólo como obra, porque no fue pensada dentro de los parámetros que manejo para entender el teatro, y entonces intentar seguir a un grupo de actores mientras desarrollan una narrativa durante un periodo determinado de tiempo se vuelve el intento de hacer todo eso.
Una forma de interpretar la sensación de la experiencia incompleta se puede encontrar en una lectura más minuciosa del título: observar la seguidilla de escenas aparentemente inconexas simula la acción del clic en el hipervínculo -esa línea de texto que encontramos en la web que nos lleva de un sitio a otro, generalmente resaltada en azul-, solo que aumentada y fuera de control. Un clic detrás del otro. Alessandro Baricco menciona en Los bárbaros, ensayo sobre la mutación, la forma en la que las instrucciones de uso para la lectura de un libro dejan de encontrarse en sus antecesores y pasan a formar parte de una “lengua del mundo” que se encuentra en todo lo que nos rodea: la televisión, el cine, la publicidad, la música, todo en algún momento se vuelve parte de una secuencia, y su valor reside en su capacidad de pertenecer a ella. Y el Proyecto Pruebas y El hipervínculo saben esto, y confían (o lo intentan, algo de esto más adelante), en un espectador capaz de generar las conexiones entre las escenas -las secuencias-, en base a un lenguaje común que supera al teatro.
Así las cosas, la obra entonces funciona como un portal de búsqueda independiente, una página de Google manejada de manera remota por un desconocido. En su texto, Baricco habla de Google, y es interesante contrastar dos nociones desarrolladas por el autor y que se relacionan con la forma en la que se plantea la obra: en sus comienzos, el motor de búsqueda utilizaba como valor para jerarquizar sus resultados la repetición, es decir, encontraba el sitio que más veces repetía el término buscado y lo colocaba primero en sus resultados; esta técnica no es realmente útil al largo plazo, ya que si alguien quiere encontrar la definición de una palabra, o datos sobre una persona, o una receta, el mejor resultado será aquel que proporcione información sobre esas búsquedas, y no el que solamente proporcione una repetición constante de un término aislado. Este método fue modificado, y el puesto que ocupa un enlace dentro de una búsqueda pasó a ser definido por una serie de factores más amplia, pero sobre todo por el valor que tiene dentro de la secuencia interminable de enlaces que llevan a él.
¿Cómo transponer esto a El Hipervínculo? Por algún motivo, y aquí vuelvo a hablar de la relativa confianza que el Proyecto tiene en sus espectadores, la obra parece creer que el público necesita la repetición constante para poder determinar el valor de lo que se está diciendo, a pesar de que un primer acercamiento a la misma pareciera querer desafiar esta idea. Y entonces, la segunda noción: si el valor está dado por la cantidad de enlaces a las que se dirigen, y si el valor del hipervínculo está dado por su lugar dentro de una secuencia infinita y a la vez limitado por esta misma estructura, el sentido (o el Sentido, según Baricco), se disuelve en “una forma que es más bien movimiento, larga estructura, viaje” (Baricco, 2008, p. 42). Entiendo entonces una relación intrínseca entre repetición y sentido, en la cual la obra entiende el carácter constantemente cambiante del segundo, pero se vale del primero para no soltar del todo la mano del espectador.
En este ida y vuelta entre la obra y el espectador a través de los recursos que, con mayor o menor éxito utiliza, encontramos también una línea directa a lo que Giorgio Agamben menciona al definir qué es ser contemporáneo. En su ensayo, incluido en el 2007 en su libro Desnudez¸ el autor describe al ser contemporáneo como aquel que no sólo se sitúa en su época, sino que es consciente de él desde una perspectiva ligeramente desviada y anacrónica, a la vez cerca y lejos del propio tiempo. Esta separación a mi entender tan clara entre forma y contenido, entre la creación de múltiples escenas y múltiples planos visuales y sonoros y su operación en el escenario, repetitiva y constante, constituye ese ser contemporáneo, consciente de su tiempo, consciente de su pasado, incapaz de separar uno del otro y por lo tanto a la vez actual, haciendo uso de las herramientas técnicas y narrativas propias de la época y al mismo tiempo ligeramente anacrónico, desconfiando del público y haciendo un intento quizás involuntario de hacer entender lo que se expresa a través de la repetición.
No he mencionado escenas específicas de la obra, y eso tiene un motivo: cada vez que intenté incluir alguna en el texto, mi mente volvía a Susan Sontag, específicamente a su texto Contra la interpretación. Me gustaría creer que lo expuesto hasta ahora sólo funciona a modo de ubicar la experiencia de la obra: esto sucede en este contexto, y estas son las formas en las que opera; no busco interpretarla al punto de empobrecerla o reducirla. Pensado de esta forma, intentar describir la obra desde el contenido me obligaría a cerrar el significado específico de lo descrito, cuando en realidad el valor de la obra, como producto contemporáneo, como experiencia bárbara, usando las palabras de Baricco, que funciona en el marco de lo intraducible, de lo que los sentidos perciben en lo inmediato.
Pensar El hipervínculo se convierte entonces en un ejercicio puramente contemporáneo. Si es imposible acercarme a la obra solamente a través de una lectura de sus elementos materiales concretos, es justamente en el límite creado por la necesidad de generar un sentido y la consideración de que tal vez no exista, en ese juego de luces y sombras constante, que su valor se vuelve el de ese resultado que encontramos cuando googleamos algo, ese que aparece primero, en letras azules, listo para ser parte uno más en la secuencia interminable de nuestra vida.
La obra puede verse durante septiembre 2019, a las 20hs en el Teatro San Martín
(Av. Corrientes 1530, CABA).
Por Santiago López.
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