¿Nos acostumbramos a una manera de leer y escribir sobre amor? Los cuentos de I. Acevedo publicados en su libro Late un corazón proponen un abanico de respuestas posibles a esta pregunta, mientras su prosa desafía la configuración del género autobiográfico.
Hablar de amor en tiempos de feminismos y teorías queer ya no remite necesariamente a ese amor romántico, entendido heterosexual y cisgénero, tan popular en las novelas clásicas occidentales del siglo XIX, –y un poco más acá también– cuyas escenas están grabadas en el imaginario universal y que, aún hoy, funcionan como condición de producción en muchas ficciones contemporáneas del cine y la literatura.
La retórica de estos escenarios se fue complejizando: con el tiempo, en los distintos lenguajes artísticos, los personajes adquirieron protagonismo por fuera de los roles de género, los vínculos sexoafectivos ya no fueron siempre monogámicos o heterosexuales, etc. En el panorama nacional, de la pluma de autoras como Camila Sosa Villada, Charo Márquez y Dolores Reyes (entre otras), florecieron ficciones contemporáneas que se corren del relato hegemónico y proponen distintas articulaciones con lo autobiográfico para contar nuevas historias. Aparecen escenas históricamente invisibilizadas, que no impugnan la falta de formalidad literaria y apuestan a nuevas formas de narrar.
Es ahí donde se inscribe Late un corazón, el sexto libro de I. Acevedo, de la editorial Rosa Iceberg. Una suerte de diario íntimo que se construye en cuentos como capítulos, desordenados, verborrágicos y atravesados por un rasgo poético que los enlaza entre sí. Son textos que ya fueron leídos en distintos escenarios y ese dato, al final de cada uno, permite reconstruir una oralidad imaginaria: les pone voz, cuerpo, presencia.
Dos cosas se destacan en esta manera de contar: por un lado, la potencia del género autobiográfico, que se aleja de la irreverencia de Bukowski o del cinismo antipuritano de Henry Miller. Por momentos el texto parece que fue arrancado de un diario íntimo para ser recitado rabioso y verborrágico en alguno de aquellos lugares que se mencionan. Los pensamientos se transcriben uno detrás de otro y, para conectarlos, la demanda es empatizar con el relato. Zambullirse en la desesperación por contar un sueño, por traer de la memoria los detalles más insignificantes de un recuerdo: un escritorio con el cenicero atestado y latas de cerveza vacías en algún departamento del conurbano, un viaje en auto a la orilla sur del Río de La Plata, un picnic en una tarde calurosa en la que los cuerpos sudan y los mosquitos chupan la sangre dulce de dos amantes.
En los cuentos de Acevedo lo sensorial no se vuelve mítico, el relato no se vuelve metafórico, más bien reniega de esa posibilidad: “Quiero decir algo y que eso sea literal, y no que mis sentimientos y mis ideas queden escondidas por ahí, esperando que alguien venga a interpretarlas”. Sin embargo, la empatía que demanda se sostiene bajo esa posibilidad de quienes lo leen de encontrarse en esos espacios, en esas camas, de oler el campo o el río.
Por otro lado, se distingue una capacidad autorreflexiva en el texto. Ese desafío de narrar literalidad implica que el relato se vuelva sobre sí mismo, como una poesía sin figuras retóricas, en la que las comparaciones se explican, borroneando la necesidad metafórica. Se presenta una nueva forma de escribir el amor, sobre el amor y para las personas que se ama: son cartas y entradas de diario íntimo que se convirtieron en cuento, sobre amantes y amistades. Y es que, ¿por qué condenar a un texto escrito a morir en un cajón o en un sobre cerrado jamás entregado?
Acevedo dice que tiene algo para contar. También reflexiona sobre la imposibilidad de las palabras y sobre los límites que tiene una persona que escribe para hablar de sí misma: “Si bien hoy está permitido hablar de una misma, y es de hecho ‘el yo’ el pronombre dominante que se usa para la escritura, lo que sigue sin estar permitido es hablar de los sentimientos: porque no cualquiera se atreve a hablar de sus sentimientos así como así (...) ¿Hablar llanamente acerca de los sentimientos? Eso sigue considerándose inadecuado, y, en el mejor de los casos, se lo atribuye a cosas de mujeres”.
Late un corazón es un libro de cuentos que son un viaje hacia las profundidades de la identidad, del pronombre, la soledad, la depresión; la diferencia entre vivir y sobrevivir. Son textos que discuten con ese mandato de la represión de sentimientos; una prueba tangible de su propia frase: “el mundo cambia con las palabras de una manera que nunca imaginamos”. Es un libro con relatos que desdibujan los bordes más allá y más acá de su experiencia personal, de los fragmentos autobiográficos, de teoría filosófica y las referencias cinematográficas. Quien escribe, en cierta forma, nunca pierde, parece decir. Porque, como le confiesa a Male en una de sus páginas: “no hay manera de que yo salga perdiendo de esto. Un pensamiento muy terrible que da cuenta de lo que cuesta quebrarse, pero que en la escritura es cien por ciento verdad”.
Por Laura Amarilla.
Comments