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Foto del escritorPaula Fernández

Mareas mutantes

Nominada al Oscar a Mejor Documental, ganadora del Independent Spirit Award y premiada en el Festival de Cannes, la reciente película de Agnès Varda (codirigida con el multifacético artista JR) nos propone una última aventura en camioneta.


Visages Villages es un largometraje que retrata múltiples historias de pueblos, paisajes y personas. Tan diversos como la cartografía que realizan, cada pequeño relato constituye una parte del todo que compone al film. Al cruzar los pequeños pueblos rurales de Francia, la reconocida cineasta Agnès Varda y el artista visual JR proponen un recorrido aleatorio y despersonalizado que nos adentra en un mundo colmado de personajes singulares. En el viaje se sumergen en una hibridación cultural que está estructurada por la performatividad de éstos habitantes. Un viaje en la camioneta que es, a su vez, el medio para poder realizar el efímero proyecto que buscan llevar adelante; recorren espacios disímiles y utilizan el paisaje urbano para proyectar las gigantografías que retratan de los habitantes de cada lugar.


Desde el inicio, los protagonistas relatan aquello que vemos en las imágenes. Casi como un cuento, las voces de Agnès y JR describen aquello que nos deja ver la pantalla, pero también aquello que se nos escapa de la vista. Ambos se encuentran sentados en dos bancas de madera a menos de medio metro de distancia, de espaldas, y observan (junto con los espectadores) un lago congelado que se encuentra frente a ellos. Detrás, una muralla y más allá una estructura de piedra que bien podría tratarse de una iglesia (ya que se pueden distinguir algunas cruces) como también de un cementerio. Como fondo, el mar y los acantilados. Esta misma secuencia se repite, con la distinción de que en cada ocasión el paisaje es distinto del anterior. Lo que se conserva es la disposición de los cuerpos y la conversación reflexiva que mantienen; la cual se encuentra en una voz over que si bien mantiene relación diegética con lo lindante a la imagen pareciera dirigirse directamente al espectador.

De forma inversa al juego con la desproporción de los tamaños y la reproducción de cuerpos en escalas colosales que proponen Agnès y JR con su proyecto artístico, en estas escenas se presenta de forma antitética la relación del cuerpo humano con el espacio. El paisaje los devora y se vuelven ínfimos en comparación. Teniendo en cuenta tal oposición, no resulta casual que las conversaciones se den en espacios abiertos y casi en todos los casos con masas de agua de fondo. Inmutables en medio de la tempestad, o relajados frente a la brisa marina, sus cuerpos operan como anclas que los sostienen y les permiten hacer rizoma con el paisaje.


Esta introspección que mantienen ambos profundiza el espectro de su vinculación afectiva y al mismo tiempo, cristaliza su relación consustancial con el espacio y el tiempo en tanto que, en cada una de estas escenas que se despliega por la narración, la música desaparece y sólo prevalece el sonido de la naturaleza que los rodea. El silencio se vuelve onírico y las voces entintadas de melancolía suavizan la conversación al envolver el breve retrato de estaticidad. A partir de tal dilatación temporal, se vuelve aprehensible el cruce de lenguajes que realiza respecto, en este caso, a la pintura.


Siguiendo la línea de transitoriedad y alusión a lenguajes adyacentes del campo artístico, se podría realizar una conexión con el concepto de sujeto nómade que circunscribe Rosi Braidotti en su libro Met(r)amorfosis: devenir mujer/animal/insecto; refiriéndonos a la personificación de los protagonistas como tales en tanto seres en constante devenir y transformación. Tal mutación se puede observar a partir de la relación que comienzan a consolidar entre ellos, pero también con los heterogéneos personajes que se encuentran por su camino y aquellos que pese a no ubicar, los derivan a nuevos hallazgos.


En palabras de Braidotti el sujeto nómade es radicalmente inmanente al espacio/tiempo que lo rodea. Se embebe de su hábitat y de tal encarnación deviene su mutación. Por lo tanto, Agnès y JR se podrían pensar como tales. No sólo por su forma de desplazarse y cartografiar espacios sino también por las escenas mencionadas anteriormente. En tanto seres en movimiento, se perciben como mutantes y reflexionan al respecto. Se encuentran entre las personas, los paisajes, los pueblos y partir de tal interacción tejen una red de relaciones que los configura y al mismo tiempo, los transforma.


De forma contraria, pero siguiendo el mismo recorrido, se podría pensar en ambos personajes como lo describiría Alessandro Baricco en su libro Los bárbaros, ensayo sobre la mutación. Si la meta de estas entidades performativas, que el autor nombra como bárbaros, es el movimiento y su peculiar forma de “surfear la superficie”; entonces podríamos pensar a JR, y quizá en menor medida a Agnès, como bárbaros de su propio tiempo. La distinción realizada entre los personajes se vuelve evidente en tanto la forma de andar y moverse de cada uno, con sus limitaciones y el pleno conocimiento de sus capacidades; pero también por su forma de hablar, de relacionarse con los otros, de vestir, de peinarse y percibir su entorno. En la medida que se deslizan por el espacio producen un efecto de onda expansiva que posibilita el intercambio y la reinvención de sentidos posibles.

Mientras que JR es joven, activo, inquieto y rápido; Agnès es mayor, más estática y se mueve con mayor lentitud. Sin embargo, aunque ambos personajes surfean su hábitat de manera divergente, en las escenas dónde dialogan sobre su experiencia encuentran coincidencias y similitudes que les posibilitan el intercambio de perspectivas. A partir de tal encuentro que está dado en los intersticios o la frontera de un espacio al siguiente es que comienzan a re-organizarse en seres que absorben y se impregnan de su propio devenir.


Emprendiendo un viaje instintivo y sin destino, Agnès y JR generan una sensación de organización secuencial que permite pensar que verdaderamente los espacios que visitan suceden cronológicamente, tal como lo sugiere el largometraje. Sentados a orillas de un lago congelado, de un río, del mar, o de la enormidad del océano, éstos nómades circulan por el espacio como la marea: por momentos de forma suave y serena, por instantes más alterada y embravecida. Su devenir es intransitivo y constante, y por ello, aceptan el vértigo de navegar por los espacios liminares convirtiéndose en cartógrafos de su presente.



Por Paula Fernández.

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