Por Marina Julieta Amestoy
“-Sé que no hay una fiera... con garras y todo eso, quiero decir,
y también sé que no hay que tener miedo. Hubo una pausa -A no ser que... Ralph se movió, inquieto. -A no ser que, ¿qué? -Que nos dé miedo la gente.”
El señor de las moscas, William Golding
Abrimos la puerta a Los rostros del diablo dándole inicio a un film en el que, desde el descontrol de la primera escena, ya sabemos, o intuimos, cuál será el viaje. No de tal modo el destino, al que fuimos invitadxs sin aún saberlo. Un festival de sangre, religión decadente y acuciante paranoia.
El film, en términos generales, hereda esa vieja tendencia del cine de terror de los 70, que es la del terror hacia el otrx, la desconfianza hacia un sujeto externo que se ve igual a unx, pero alberga el lado oscuro humano que también reconocemos en nosotrxs mismxs. No. No hay manera de desasociar lo que se está viviendo por estos días/meses/temporada en el infierno-mundo, pandemia-Covid, y esto logra que el relato audiovisual se resignifique con un poder inusitado y no por ser mayor, solamente.
Pero volvamos a la temática del film. Encontramos constantes y claras reminiscencias al Exorcista. Aún así, esta historia de entidades diabólicas en sus primeros 30 minutos no se esfuerza por definirse. El relato podría empezar a sernos dado de esta manera: una familia transita una mudanza y desconocemos el por qué. Planos subjetivos nos hablan a través de retinas alienadas por espejos de celulares y diálogos en camino al nuevo hogar fluyen exponiendo miserias; entonces, la mudanza pasa a ser metáfora del escape de una violencia que está in praesentia, aún en el silencio mismo de su latencia.
Ya instaladxs, unos ruidos extraños perturban su descanso. Decidido a ponerle fin a ello, el padre de familia, Kang-goo, decide visitar a su vecino para resolver el asunto por sus propias manos, como un vigilante en busca de paz. Sin embargo, lo que allí encuentra será “tan solo” el principio de un fin… del fin.
Esta secuencia del padre irrumpiendo en la casa del vecino podría asemejarse a una situación de la setentosa La masacre de Texas, pero ello cambia radicalmente en la escena que determina el comienzo del verdadero horror: los pies de un padre invadiendo el espacio privado de su hija. A partir de allí, toda la familia se transforma en un grupo de perfectos desconocidos.
Usando el recurso del montaje paralelo, podemos comprender cómo la culpa y la angustia invaden el cuerpo de Joong-soo. Un cura que no ve salvación en la religión, sino, por el contrario, ve cruces manchadas con sangre. Su propio viaje del héroe (infestado de horror), en términos de Campbell, no podría ser más acertado. Su personaje busca el bien común de una familia que lo rechazó, sacrificando su progreso al no irse al exterior. La historia inicia y termina con él, tanto en su redención como en un anunciado sacrificio.
En cuanto al apartado técnico destaca la fotografía que, en tratamiento del color, va tornándose más fría a medida que avanza la cinta, con un modelo de guión lineal cronológicamente hablando, a excepción de un flashback asociativo-explicativo del personaje del cura. Las actuaciones son un punto para destacar, en general, aunque llama poderosamente la atención el rango dramático del niño. Por otro lado, el uso de la iluminación (diegética) provoca que, como espectadores, nos sintamos más próximos a los eventos que van aconteciendo.
Los cambios de tonos en escenas de aparente calma hacia escenas de denotación visceral y sangrienta son bruscos, entregados totalmente a su propósito de interpelar y, con ello, perturbarnos. En medio de estas variaciones, el film jamás se avergüenza de ser lo que es: una película de terror, que a lo sumo dialoga con otras líneas discursivas, otras películas de terror o con tintes más sobrenaturales (es decir, con elementos que le pueden ser perfectamente atribuibles a Poltergeist, por ejemplo).
En medio de tanta duración de montaje, puede llegar a acusarse un exceso del mismo, pero que es compensado por un correcto manejo del tempo narrativo. Por último, algo que cabe subrayar es que en Los rostros del diablo los posesos, mayormente, son adultos, sujetos a un pasado que vemos brotar en ingeniosos actos de violencia. Hablando en términos más religiosos, la pureza y la esperanza se traducen en el personaje del niño. Él, inclusive, hacia el final, es el que puede abrazar a toda su familia, componiendo un enlace de cara hacia un futuro libre de religión, muerte y secretos. Nada. Que en este caso no es solo nada, es más bien un “nada más, ni nada menos”.
Ficha técnica: Los rostros del diablo
Título original: Byeonshin
Título internacional: Metamorphosis
Año: 2019
Duración: 113 min.
País: Corea del Sur
Dirección: Kim Hong-seon
Reparto: Bae Seong-woo, Sung Dong-il, Jang Yeongnam, Hye-Jun Kim, Yi-Hyun Cho, Kim Kang-Hoon
Productora: Distribuida por Acemaker Movieworks [South Korea] / Sega Sammy Entertainment
Género: Terror, Thriller, Sobrenatural
Disponible en plataformas: iTunes y Google Play.
留言