La obra, dirigida por Claudio Pereira, invita al espectador a repensar el vínculo que existe entre el cuerpo, la acción, la palabra en escena.
"Forever my darling our love will be true
Always and forever I’ll love only you
Just promise me darling
Your love in return
May this fire in my soul dear
Forever burn"
¿Cuál es el límite, cuando una relación simplemente no funciona y debemos aceptar su final? ¿Hasta dónde somos capaces de llegar con tal de no encontrarlo? Estas preguntas se encuentran en el centro de O la muerte no existe o es lo único que existe, y durante alrededor de 50 minutos, y en tres secuencias claramente delimitadas, la obra se propone ensayar algunas respuestas.
La dramaturgia de Laura Echaniz, Javier Omezzoli y Claudio Pereira –los primeros dos, además, los únicos actores en escena; el último, además, director de la pieza–, plantea un recorrido que se enfoca en los cuerpos de los personajes, la repetición de sus acciones y su interacción con los elementos por encima del diálogo; sin embargo, es cuando este último aparece, esporádico pero efectivo, sirve al espectador como una confirmación verbal que cohesiona los elementos de la obra.
Pero aún sin muchas palabras, vemos a la pareja protagonista intentar (y fallar) comunicarse. Una y otra y otra vez más intentan hacerlo, a través de gestos, ademanes, acciones a veces en apariencia sin sentido, u otras veces cargadas de un peso simbólico tan fuerte que supera cualquier intento de verbalización. La tensión entre los cuerpos se vuelve casi palpable, y esto, sumado al uso del sonido, las luces y la música (este texto comienza con un fragmento de Pledging my love to you, canción que suena antes de que veamos a los personajes por primera vez), conforma este juego constante entre acción y reacción, en un crescendo que, si bien es constante, no excede sus posibilidades. Se trata de una obra compuesta de un sinfín de instantáneas en el límite entre lo cotidiano y lo conceptual: la cacofonía insoportable de la primera secuencia, por ejemplo, se convierte en una imagen tan clara del tipo de disfunción en una relación que se busca representar, que sería imposible para el espectador no reconocerse en ella.
Sobre las preguntas al principio de este artículo entonces, se encuentran algunas respuestas; por un lado, la presencia invariable de esa muerte que menciona el título, presentada como un límite insuperable se constituye como la más obvia. Pero existen otras, escondidas en el devenir planteado por la narración, que quizás sean más valiosas, y es tarea del espectador descubrir si es posible escapar a la falsa dicotomía que plantea el título. La muerte existe, sí, pero tal vez valga la pena por alcanzar esos momentos de reconocimiento antes del final.
Viernes a las 21 horas en Teatro El Ópalo (Junín 380, CABA)
Por Santiago López
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