La película dirigida por Trevor Nunn y protagonizada por Judi Dench, se basa en la vida de la más importante espía británica que trabajo para la Unión Soviética, pero con su intencionalidad política suavizada.
Se considera que Melita Norwood fue una de las más importantes agentes de inteligencia de la Unión Soviética en Gran Bretaña durante la Segunda Guerra Mundial. Mientras trabajaba como secretaria en la Asociación Británica de Investigación de Metales No Ferrosos del gobierno, la espía logró reportar directamente al Estado soviético los movimientos del plan de desarrollo nuclear de su país, denominado Tube Alloys (“Aleaciones para tuberías”, en inglés). Sólo cuando la delató un ex agente de la KGB en los 90’, Gran Bretaña decidió a interrogar a Norwood, que para aquel entonces ya era una tierna viudita que no levantaba demasiadas sospechas en su casa en los suburbios de Londres. Nunca fue condenada.
La película Red Joan, dirigida por Trevor Nunn y protagonizada por Sophie Cookson y Judi Dench, parte de la imagen de la viejecita con un oscuro pasado desconocido y reinventa por completo la vida de Norwood. Más allá de que el guión no pretende seguir ningún tipo de rigurosidad histórica, la construcción del personaje -hecha a partir de idas y vueltas al pasado- le quita profundidad e intencionalidad política a una mujer que destaca, justamente, por su involucramiento partidario.
Joan Stanley -el nombre con el que el director rebautizó a la protagonista-, es arrestada por el servicio secreto británico una tarde del año 2000 e interrogada sobre sus actividades “antipatrióticas” durante la Segunda Guerra Mundial. Dench, al principio, muestra a su personaje como una señora desorientada y visiblemente molesta por tener que salir de su casa without notice -un rasgo bien inglés si los hay. Finalmente, y como una manera de contar la verdad no sólo a las autoridades de su país sino también a su hijo, termina por confesar cuál fue su rol durante la carrera mundial por descubrir la bomba atómica. Cabe destacar el trabajo de Dench, que muy sutilmente pasa de ser una inocente señora estereotípicamente inglesa a una mujer que decide abandonar su fachada de anciana desconcertada para hacerse cargo de sus acciones.
La joven Stanley (Sophie Cookson) era una joven brillante, la única mujer estudiando física en Cambridge cuando conoce a Sonya Galich (Tereza Srbova), una glamorosa estudiante de origen alemán -en realidad la espía comunista Ursula Kuczynski- que la introduce en los círculos del partido comunista. Allí se enamora del primo de su amiga, Leo Galich (Tom Hughes), un hombre que la seducirá con su idealismo y que la abandona sistemáticamente. Él es quien le consigue el trabajo en el gobierno y a quién, junto con Sonya, Stanley le reporta información, fotos y grabaciones sobre el desarrollo nuclear británico, que finalmente se frustró con la consolidación del Proyecto Manhattan y posteriores ataques a Hiroshima y Nagasaki.
Norwood resulta una figura interesante en su versión real; la mujer logró evadir a los servicios secretos de una de las mayores potencias mundiales en medio de la guerra fría hasta la década de 1970, cuando se retiró de sus actividades de inteligencia. Si bien había sido considerada una amenaza desde antes de la Segunda Guerra, los muchachotes del MI5 desestimaron su capacidad de espionaje por ser mujer.
Mientras que el personaje pretende jugar a ser una figura de avanzada, una profesional que debe enfrentarse al machismo de sus compañeros físicos que la mandan a preparar el té y le muestran los avances del novísimo lavarropas, Stanley en realidad es una creación servil de los guionistas, que despojaron a Norwood de una posición y acción política propias.
Stanley no traiciona al Reino Unido por sus convicciones comunistas, sino porque Leo así se lo pide. Porque su amor la ciega y no puede ver cómo no sólo su pareja -que la utiliza inequívocamente durante toda la película-, sino también su mejor amiga, se aprovechan de ella. El despecho amoroso hace que “vuelva a sus cabales” y cese con sus actividades. Además, se casa, y, como todes sabemos, cuando una mujer se casa debe dejar de trabajar, sea secretaria en una oficina o la mayor agente femenina de la KGB en suelo británico. El afortunado es nada más y nada menos que el otro hombre con el que se relaciona durante toda la historia: su jefe dentro de Tube Alloys (Stephen Campbell Moore).
Max Davis dirige el proyecto y no deja de sorprenderse, durante toda la película, de todo lo que puede pensar una chica. “¡Por eso quería más que una cara bonita!”, dice ante el primer descubrimiento de Joan, quien es relegada a un puesto de asistente administrativa aunque es física teórica. A pesar de esto, y porque la ama, claro que sí, es él quien incentiva sus dotes profesionales y la defiende de quienes menosprecian su brillantez en una actitud paternalista que Stanley agradece profusamente. Pareciera que no puede tener amigos, ni primos, ni hermanos, ni compañeros de trabajo heterosexuales sin amarlos románticamente. Por suerte, la realidad es mejor que la ficción; Norwood estuvo casada toda la vida con el mismo hombre, que a pesar de estar en desacuerdo con sus formas de militancia, no pudo hacer nada para evitarlas -o sencillamente no quiso.
La escena final de Red Joan recrea el momento en el que Norwood hizo una improvisada conferencia de prensa en el patio delantero de su cottage londinese, con las plantas perfectamente cuidadas. En ella, Stanley declara que “no le parecía justo” que un lado tenga el poder nuclear y el otro no. Que si igualaba a los dos bandos de la guerra, los gobiernos capitalistas y comunistas no se animarían a utilizar semejante poder. Al final, lo que todas quieren es la “paz mundial”, como las participantes del certamen de belleza de Miss Simpatía.
Por suerte, Norwood no es Stanley. Ella sí se plantó en la puerta de su casa y le dijo a los canales de televisión y a la prensa que había colaborado con Moscú no por dinero -y mucho menos por un tipo indiferente- sino para “ayudar a prevenir la caída de un nuevo sistema que, a un costo altísimo, le había dado a personas ordinarias comida y servicios que podían pagar, una buena educación y servicios de salud”.
Por María Singla
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