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Suspiria: Muerte a cualquier otra madre

Por Milagros Tagliapietra


Suspiria (2018) de Luca Guadagnino problematiza e interroga las concepciones de maternidad y cuidado que tienen sus espectadores.


Brujas, una escuela de danza, Berlín dividida y manifestaciones políticas se entrelazan para generar el tejido en el que Suspiria (2018), de Luca Guadagnino, va a arraigarse para luego hacerlo explotar. Esta reinterpretación de la película dirigida por Dario Argento, estrenada en 1977, toma los elementos centrales de su predecesora pero explora nuevos territorios.


Nos encontramos con Susie Bannion (Dakota Johnson), una bailarina norteamericana que viaja a Berlín para realizarse como profesional de la danza y, también, para escapar del ambiente doméstico opresivo en el que estaba sumergida. Al llegar a la academia, audiciona frente a las autoridades y todas notan algo especial en ella. La audición se da en un cuarto espejado, en donde las puertas están camufladas con los espejos y parece no tener salida, solo una repetición eterna y constante que se expande hacia el infinito.



La relación entre las mujeres de la academia es la de una familia. Entre las alumnas se cuidan, se esperan y apoyan mientras las autoridades y profesoras tienden sobre ellas un manto maternal de cuidado sin dejar de lado la estricta exigencia que profesan en su práctica docente. Están entrenando bailarinas, su prestigio depende de qué tan exitosas resulten. Así, la figura de la madre está muy presente a lo largo de toda la película y podría pensarse como aquel hilo invisible que atraviesa todas las historias. Desde la secuencia de títulos, en donde se puede ver a la madre de Susie con sus estertores finales, el cuadro bordado que cuelga de la pared y reza “A mother is a woman who can take the place of all others but whose place no one else can take” (“Una madre es una mujer que puede tomar el lugar de cualquier otro, pero cuyo lugar nadie puede ocupar”), hasta la atención que Madame Blanc (Tilda Swinton) pone sobre Susie y su salud.


Sin embargo, debajo de esta capa de aparente cuidado, yace la preocupación mayor: es imperante conseguir un cuerpo que actúe de receptáculo para que pueda ser habitado por la cabeza del aquelarre. Así es, brujas. El elemento sobrenatural de la película recae en la necesidad que tienen las autoridades de la academia de alimentar a Markos, la bruja madre de todas ellas, y “ofrendarle” estas jóvenes que reclutan supuestamente para convertirlas en bailarinas profesionales pero, a rigor de verdad, sólo lo hacen para mantener a Markos con vida.



La película toma signos y los resignifica, los pervierte. Desde el comienzo del film se pueden apreciar planos cortos a las manos. Las manos que sostienen la biblia, que son limpiadas en el lecho de muerte, que esperan, se mueven impacientes, golpean el piso, danzan. Pero también maldicen al apretar otra piel, otro cuerpo. El cuerpo de Patricia es deformado y contorsionado hasta pasar los límites de lo posible, a causa del poder otorgado al cuerpo de Susie a través de sus manos. Además, las manos matan. Son aquellas que blanden el gancho que atravesará la carne de Patricia para esconderla detrás de las paredes espejadas, se ven a lo alto, blandiendo el arma. La reminiscencia del cuchillo en alto de Hitchcock en Psycho (1960) y también de las manos asesinas de Argento y los giallos en general. La mano, aquella imagen de cuidado y protección, trastocada hasta significar su opuesto absoluto. En Suspiria, a las manos se les debe temer.


La reflexión sobre la maternidad que se elabora a lo largo de la película tiene que ver, en un primer e inocente momento, con la forma de crear una familia por fuera del ámbito sanguíneo o institucional. Un grupo de mujeres unidas por un mismo interés se hermanan con el discurrir del tiempo. Pero también familia significa aquelarre, y precisamente aquí es donde se tensionan los lazos de afecto con la necesidad de poder. La traición a la familia es castigada con la muerte y una nueva jerarquía se establece. Susie ya no desea ser las manos de la compañía, sino que se transforma en la cabeza y encarna a Madre Suspiriorum, derrocando a Madre Markos de su posición privilegiada.


La coreografía que presentan llegado el momento, Volk, trata de un renacimiento. Y es precisamente eso lo que ocurre al finalizar la película. Luego de la presentación al público en la que Sara baila ya no siendo ella sino un instrumento del aquelarre una danza muy parecida se da en los subsuelos de la academia, solo que esta vez no están todas las bailarinas presentes, solo las brujas. Están desnudas, bailando una coreografía perfecta, en una especie de trance tribal, una mezcla entre placer sexual y ansiedad se materializa en el aire. Ahora, esta danza dará nacimiento a un nuevo momento del aquelarre. Cambiará la cabeza, caerán las traidoras, y quedarán sólo aquellas que deseen ser parte de esta familia. No hay espacio para otra madre que no sea La Madre. Como Madre Suspiriorum dice, muerte a cualquier otra madre.



Ficha técnica-artística: Suspiria

  • Dirección: Luca Guadagnino

  • Reparto: Dakota Johnson, Tilda Swinton, Mia Goth, Angela Winkler, Ingrid Caven, Elena Fokina, Sylvie Testud, Renée Soutendijk, Christine LeBoutte, Fabrizia Sacchi, Małgosia Bela, Jessica Harper, Chloë Grace Moretz

  • Guión: David Kajganich

  • Basada en: Suspiria (1977)

  • Música: Thom Yorke

  • Fotografía: Sayombhu Mukdeeprom

  • Montaje: Walter Fasano

  • País: Estados Unidos, Italia

  • Año: 2018

  • Género: Terror, suspenso, sobrenatural

  • Duración: 152 minutos

  • Idioma: Inglés, Alemán

  • Producción: Marco Morabito, Brad Fischer, Luca Guadagnino, David Kajganich, Silvia Venturini Fendi, Francesco Melzi d'Eril, William Sherak, Gabriele Moratti

  • Productora: K Period Media, Frensey Film Company, Videa, Mythology Entertainment, First Sun, Memo Films, Vega Baby

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