Seis chicos, seis relatos entremezclados, que cumplen con los patrones de belleza hegemónica dan cuenta de la falsa promesa de plenitud que se oculta detrás de esa meta.
Por Francisco Martínez
Una obra de teatro, con sus materiales identificables, que sin embargo se autoproclama a gritos de los actores como lo contrario: ¡esto no es una ficción! Y es que, en cierta medida, Chicos lindos, es una obra de la simulación, dónde la virtualidad del streaming no hace otra cosa más que acentuar el mensaje de la obra.
Se valen, desde el principio, de una lista de recomendaciones con el fin de hacer la experiencia más amena: luz tenue, auriculares, pantalla horizontal para celulares. Un gigante cómo si se tratara de un teatro físico. Y justamente a esto apunta la obra, una fachada, una máscara de lo perfecto que no goza de lo prometido. Dando lugar, en el medio, al relato quejumbroso de los personajes, que no quedan encasillados como tales y asumen/revelan con naturalidad su rol de actor.
Se presentan, entre ellos, como actores. Y es en su rol compartido, no solo el de la belleza hegemónica, que expresan el vacío: “¡si soy actor, artista, lindo, que cumple con todo! ¿por qué nadie me alaba?” Y vuelve entonces, el cuestionamiento de la obra: “¿qué hago, entonces, en un streaming y no en un teatro con butacas?”.
La obra brilla en su mensaje, se apropia de la imposibilidad de que un teatro funcione con normalidad y lo hace parte de su simulación. Se trata, sin duda, de un proyecto que se vale de los actores y no de los personajes, para explicar una vivencia. En dónde a través de imágenes y monólogos, que no siguen un hilo aparente, se apoyan en la incomodidad de la verdad y dejan en claro el conflicto persistente de los personajes/actores.
Sin embargo, el proyecto teatral no se agota en una denuncia/queja contra la belleza hegemónica: se plantan frente a las presiones sociales del “ser hombre”. Es entonces que, orgullos de poder proclamarse como cumplidores de los estereotipos, cuentan sus anécdotas de aprobación heterosexual. Y es durante toda esa exhibición del “ser hombre,” que los actores/personajes se rompen y se muestran en voz y cuerpo, como un robot: “¡voz grave! ¡esqueleto rígido! ¡heterosexual!”. Sus declaraciones robóticas dan hincapié a las exigencias que son sometidos, dónde con ímpetu renovado, gritan que ni siquiera luego de extralimitarse se sienten suficientes a ojos ajenos: “¡formas sin contenido!”.
Un proyecto en el que, si bien se centra en la falsa plenitud detrás del estereotipo en los hombres, su mensaje no entiende de géneros: con presiones y exigencias diferentes, la sensación de insuficiencia es la misma. Con un principio y final similares, la obra se revela en su totalidad como una gran simulación, en el que la exhibición de sus cuerpos al inicio se repite sobre el final como si sus relatos quejumbrosos hubieran caído en el olvido. Es entonces que, atados para siempre en las exigencias que internamente no creen, la obra termina.
En resumen, Chicos lindos se muestra como una de las aristas de la trilogía teatral de vanguardia, siendo las otras dos obras: Chicos Feos y Chicos Malos, donde el concepto de lo “feo” y lo “rebelde” encontrará su propia manera de adueñarse del streaming y gritar un mensaje en común: ¡esto no es una ficción!
Funciones presenciales, viernes 20hs en el Espacio Artístico “La Sodería” (Vidal 2549, CABA). Entradas gratuitas (a la gorra) por Alternativa Teatral.
Ficha artística: Chicos lindos
Elenco: Diego Schmukler, Bautista Barreiro, Tomás R. Frontanilla, Diego Ariel Acuña, Diego Nagrug, Bruno Rondini
Asistente de dirección: Mercedes Hamburg
Asistente de producción: Agustina Cisneros
Duración aproximada: 55 minutos
Dramaturgia y dirección: Gabriel Gavila
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